Tenía que pasar y pasó. A finales de la pasada semana, en plena celebración de la Feria de Málaga tras dos años de parón por la pandemia, un conocido me llegó a decir que soy muy raro por no salir por los grupos, que tengo que cambiar.
Pero a lo largo de la chapa que me dio, entendí a qué se refería al señalar que me podía meter en grupos de determinados rangos de edad. Y claro, entendí que se refería a Facebook, si saber que no estoy en Facebook desde hace más de tres años y medio.
Y la experiencia con los grupos de Facebook para mí ha sido nefasta, ya que la gente no acata las normas de participación establecida por los moderadores. Fue salirme de Facebook y casi nadie llegó a acordarse de mí.
En este punto entendí que en las redes sociales no se hacen amistades, solo se conocen gente y poco más. Aquellos que logren crear amistades de verdad suele luego crearse grupos privados incluso fuera del ecosistema de Facebook.
Y en un momento en el que me estoy planteando dejar de usar WhatsApp, dado mi odio a Meta Platforms, he aprendido a improvisar quedadas sociales, donde que venga lo que tenga que venir sin que se programa nada previamente.
La gente sabe donde puede encontrarse. Si están interesados en mí, estos bares se han convertido en mi segunda casa los fines de semana. Además, he observado que hago lo mismo sólo que acompañado, mientras que solo tengo más libertad de movimiento con que el que podían salir oportunidades que de otra manera no saldría.
Entendí que la gente está atrapada en Meta para su vida social, salvo excepciones. Así que seguiré siendo raro, que es como mejor me ha ido socialmente (no soy un borrego que va a donde van los demás ante la orden de alguien que después siguen los demás)